sábado, 28 de enero de 2017

El libro del sábado. SEMPRÚN. AUTOBIOGRAFÍA DE FEDERICO SÁNCHEZ


Tomado de wikipedia
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Finales de los años veinte, uno de los principales dirigentes del partido. Es verdad que en aquella época el PCE era una diminuta secta, desgarrada por conflictos internos, de carácter personal las más de las veces, y neutralizada como posible fuerza de vanguardia por la dirección caprichosa, autoritaria y manipuladora, de los todopoderosos delegados de la Komintern, que embarcaban al partido en constantes virajes y cambios de línea contradictorios.

Esta biografía que llegó a conseguir el premio Planeta hoy nos interesa más (por lo menos a mi me ha ocurrido), más como documento histórico que como texto literario, pues el excesivo análisis que realiza de la evolución del PCE (tanto en el exilio como en la clandestinidad española) sirve como documento histórico pero le entorpece en la calidad literaria de este largo monólogo que en ocasiones intenta buscar el contrapunto de las voces internas pero termina en pura diatriba.
Santiago Carrillo
Tomado de wikipedia

En estas páginas, Semprún, que llegó a ser miembro del Comité central del PCE y enlace del partido en la España franquista, sustituyendo a Grimau, realiza un durisimo ajuste de cuentas  con la cúpula  del PCE en el exilio, especialmente con la figura de Carrillo, sus posturas estalinistas, su apoyo (y ejecución) de purgas, su proverbial oportunismo...
Evidentemente hay en esta crítica una cuestión casi personal (Semprún fue invitado a salir del partido cuando sus ideas dejaron de coincidir con la cúpula) pero también ideológica, sobre todo cuando el escritor comprendió (casi veinte años más que el viejo comunista) que el futuro no pasaba por las ideas ortodoxas del marxismo (como haría mucho tiempo después Carrillo con su giro hacia el Eurocomunismo)
Tras su lectura, Carrillo deja de ser el dirigente político de talla internacional, con la estatura de un hombre de Estado, para terminar por presentarse como un pillín pueblerino.

El Partido —así, con mayúscula, como lo escribe Castro— de la codificación estaliniana de un cierto leninismo ha terminado convirtiéndose en el fin supremo del movimiento comunista. Se ha producido una total inversión de valores y de objetivos históricos. Ya no parece que el fin supremo de todo revolucionario —por alejado y difícil que resulte— consiste en hacer la revolución, sino en mantener el Partido (sigo con la mayúscula adrede). Mantener la unidad, la disciplina, el pensamiento correcto —y ya se sabe que el único criterio de éste reside en las decisiones de los jefes—, la ideología casi religiosa del Partido, cualquiera que sea su estrategia política, y aunque esté claro que dicha estrategia sólo conduce a una ininterrumpida serie de fracasos. El Partido se ha convertido en un fin en sí, en un ente devorador y metafísico, cuya principal vocación consiste en perseverar en su propio ser. Y ello implica que los elementos de adhesión acrítica, religiosa o religante predominen sobre los elementos racionales.

A nivel más general, el libro es una ácida y profundamente argumentada critica al estalinismo que corrompió la revolución hasta convertirla en un puro capitalismo de estado y una dictadura que ni siquiera los intentos desestalinizadores de Jruschev lograron cambiar

Al asesinar a Trotski —utilizando la mano de Ramón Mercader, joven militante del PSUC, del cual, tal vez, un día que se despierte con la memoria recobrada, nos hable Gregorio López Raimundo— Stalin no sólo asesinaba a un adversario político peligroso. Asesinaba también la memoria de la revolución. A lo largo de su vida mortífera, Stalin ha ido eliminando siempre a los testigos posibles, a los que tal vez no estuvieran dispuestos a desmemorizarse.
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Y es que en los países de capitalismo privado monopolista la clase obrera dispone de un mínimo de libertades democráticas —que la burguesía, por su parte, tiene que aceptar y respetar, y que incluso necesita, fuera de los períodos de crisis aguda del sistema para la valorización del capital— y que son, aunque limitadas, suficientes no sólo para tomar conciencia de la explotación a que es sometida, sino también para organizarse y luchar contra ella. En cambio, en los países de capitalismo de Estado burocrático, mal llamados "socialistas", la clase obrera no dispone de esas posibilidades. No puede hacer huelga. Sólo puede organizarse en sindicatos que son meras correas de transmisión del aparato estatal y del partido único, y comparados con los cuales eran auténticos paraísos democráticos los sindicatos verticales de la dictadura franquista. A la clase obrera de estos países sólo le quedan dos salidas. La primera es la de la solución individual, insolidaria, de sus problemas, mediante el trabajo a destajo, embrutecedor, o, por el contrario, mediante el ausentismo, el trabajo lento, el sabotaje larvado, que son plagas endémicas de las relaciones de producción en los países del Este, y que sólo se explican como fenómenos de una sorda, tenaz y desesperada lucha de clases. La segunda salida es la revuelta, casi siempre imprevista, brutal y pasajera.
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Otra cuestión sumamente interesante es su descripción de los movimientos del PCE en la clandestinidad franquista

"En torno a un reducido grupo de camaradas dirigentes, muchos de los cuales, cuando no la totalidad, obligados a desarrollar su trabajo en las condiciones de la más rigurosa clandestinidad, se establecía toda una red de contactos individuales, con camaradas de tal o cual empresa, de esta o aquella barriada, de ese pueblo, de aquella aldea. Esta red de contactos individuales obliga a los dirigentes comunistas a mantener una verdadera cadena de citas y entrevistas. "En las épocas de trabajo intenso del partido, que son, afortunadamente, muy frecuentes, esta sucesión de citas, entrevistas y contactos podía llevar y ha llevado efectivamente a muchos cuadros responsables a asegurar seis, ocho y hasta diez citas al día, lo cual entraña riesgos e impide prácticamente que los camaradas dirigentes estudien los problemas de su trabajo, elaboren las cuestiones concretas de la aplicación de la línea política del partido a las situaciones locales. Además, la red de contactos también iba creciendo, automultiplicándose.


ÍNDICES DE NARRATIVA HISTÓRICA

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